Todos vivimos cambios.
Algunos son elegidos, otros nos sorprenden sin aviso: una relación que termina, un trabajo que se transforma, un duelo que atraviesa nuestra vida, o simplemente esa sensación de estar atados a algo que ya no nos nutre.
En todos ellos aparece un mismo desafío: aferrarnos duele.
Dejar ir no significa olvidar ni renunciar a lo valioso.
Significa reconocer lo vivido, integrarlo con gratitud y abrir espacio a lo nuevo. Significa comprender que cada experiencia, incluso la más dolorosa, contiene un aprendizaje y un regalo.
El “Dejar Ir” no es resignación, sino un acto de consciencia y de amor. Es la posibilidad de transformar la tristeza en sabiduría, el vacío en apertura, la resistencia en confianza.
Un proceso que está respaldo por la ciencia y que está también presente en las tradiciones más antiguas, como un arte de vida.
Cuando aprendemos a soltar, no perdemos sino que ganamos libertad, ligereza y la capacidad de vivir con más autenticidad y paz interior.